He subido los
senderos
mientras dormían
los sueños,
crucé bosques
silenciosos
donde batía la
enramada,
sutil, como una
letanía
oyendo los
chasquidos
del follaje al
quebrarse
por el peso de la
nevada.
Y allí en las altas
cumbres
donde arrecia la
tormenta,
donde rompen los
truenos
que deslumbran la
noche,
Campo del agua
allí he subido
hoy, despacio,
hasta los
elevados neveros
hollando la nieve
impoluta,
a escuchar la voz
del viento
una voz que me
silba,
que susurra
ensoñaciones,
una voz que te
atrae
con un silbo de
milenios,
que recorre
buscándote
las frondosas
arboledas
para hablarte
acariciante
del cántico de la
brisa,
de los llantos
del agua,
de un silencio
cambiante
que nace y vive y
muere
donde da la
vuelta el aire,
un silencio hecho
solo
para quien vive
de sueños.
La Aquiana
Hoy he subido
hasta allí,
a esa vastedad nívea,
sin caminos ni senderos
para poder
embriagarme
de ausencia y
soledades,
y sumido en el
virginal
mutismo de esa
alborada
que ahora va
rompiendo,
respirar ese
hálito puro
que te hiela la
garganta
y acuchilla los
pulmones,
subí, oyendo como
cruje
la escarcha bajo
las botas,
como un crujir de
ramas
mientras la
aurora fría
bajo una bóveda
de añil
su áurea luz
derrama.
El Morredero