Día a día veía tu
vientre
se inflamaba
sin prisas,
al mirarte frente
al espejo
se llenaban tus
mejillas
de lágrimas, de
sonrisas.
En tu vientre y
tu cintura
la vida barbechó
estrías
que te elevaron sempiterna
a la dignidad
materna,
que nimiedad es
esa mujer
si de los surcos ayer
arados
llegaron, a brotar
y florecer
flores de bella
hermosura
que fueron razón
de tu vida,
de la oquedad de
tu seno
brotaron tiernas
criaturas.
En las laderas de
tus senos
nacieron arroyos azules
que allí jamás
serpentearon,
de dos oteros que
se avistan
entre un profundo
estrecho,
manaron dos
hontanares,
dos cálidos
manantiales
que fluían de tus
pechos,
esa fuente manó
ambrosía
como torrentes arrolladores
en el deshielo
primaveral,
de esa savia se
alimentaron
asidos a su caño
estrecho
como lobeznos al
acecho.
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